Yo también estuve en China y usted no había nacido
María Luisa Vásquez
La
televisión seguía la ruta del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en las
visitas que realizaba a varios países. Una de esas visitas fue a la República
Popular China. El 14 de septiembre se encontraba en Beijing, en la embajada de
la República Bolivariana de Venezuela, en el salón Hugo Chávez, en donde
ofrecía una rueda de prensa internacional. Periodistas de diversos países
estaban presentes, entre ellos el de Phonics
T.V. China, Zhou Yang. Este saludó al presidente Maduro y le preguntó por los
convenios entre ambas naciones. El presidente Maduro afirmó que han tenido
grandes acuerdos ya publicados en documentos oficiales entre ambas repúblicas.
Luego el presidente sigue comunicándose con el periodista y le dijo que la
primera vez que visitó China fue como diputado formando parte de una delegación
en diciembre del 2004. Visitaron Shanghái y Beijing afirmando luego que todo
era diferente: “Tú no habías nacido o estabas muy pequeño”. Fue entonces cuando
me puse a pensar, si al presidente Maduro le impresionó la transformación de
ambas ciudades entre 2004 y 2023, cómo lo estaré yo si ahora la República
Popular China es un gigante surgido de los escombros de su pasado habiendo sido
un gran tapiz pisado de invasores. Vi parte de ese pasado, vi las huellas y el
derrumbe. Recorrí sus caminos por más de dos meses.
Los
primeros días del mes de agosto del año 1954, llegué a Beijing procedente de la
ciudad de México en donde residía en calidad de asilada política. Había sido
“invitada” a salir de mi país, Venezuela, involucrada como estaba en la lucha
contra el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. Al llegar, me inscribí en
la Universidad Autónoma de México para seguir cursando mis estudios de Derecho.
Pasé unos días disfrutando y admirando esa histórica y monumental ciudad.
Un día se me avisó
que había llegado una convocatoria de la Federación Mundial de la Juventud
Democrática para una reunión plenaria a efectuarse en la ciudad de Beijing.
Dicha asamblea se debía celebrar durante la primera semana del mes de agosto y
que yo había sido designada para asistir. Formalizados los trámites legales
necesarios, inicié el largo viaje hacia la recién nacida República Popular
China. Escalas en Montreal, Ámsterdam, Praga por unos días y Moscú. De Moscú
salimos hacia Beijing en un avión bimotor, oportunidad para disfrutar desde el
aire el desierto de Siberia con escala de una noche y un día en su capital,
Irkutsk, contemplar el lago Baikal, con la historia de sus maravillas.
Continuamos hacia Mongolia, escala en su capital, Ulán Bator, una noche y una
mañana: observamos caravanas de hombres y bestias cruzando el desierto y sus lejanos
caminos. Plena visión desde el avión.
Llegada a Beijing, recibimiento, flores, jóvenes, niños y
canciones. Luego de las formalidades nos dirigimos rumbo al hotel.
Beijing, capital de China, mes de agosto del año 1954.
A
lo lejos, se divisaba una ciudad, alumbrada por el sol brillante, pero ya sin
la ferocidad de un medio día. Recorrido por largas avenidas atrincheradas de
casas de techos bajos, pintadas de brillantes colores, dragones feroces que se
asomaban en algunas cornisas. Calles silenciosas, numerosas bicicletas; coches
con motor: casi ninguno; animales de carga: unos cuantos. A lo lejos veíamos pagodas
abriendo brechas en el horizonte. Habíamos llegado a otro mundo, lo sentíamos y
lo empezábamos a vivir.
El
hotel destinado, no muy grande, así lo recuerdo. De construcción reciente, olía
a pintura fresca. Situado frente a la plaza Tiananmén, símbolo de la nación, en
la que se celebran las grandes concentraciones. El hotel se fue llenando de
jóvenes de todas partes de América y del mundo. Por Venezuela, solo yo me
encontraba, pero esperábamos a otro que estaba por llegar. Cuando lo vi fue una
gran sorpresa: era Manuel Caballero, paisano, compañero de lucha desde el liceo
Lisandro Alvarado de Barquisimeto. Estaba residenciado en París. Desde Moscú
tomó el transiberiano, recorrido realizado en una semana. La Ciudad Prohibida
se extendía en su plenitud y su entrada muy cercana al hotel; un enorme retrato
de Mao la presidía.
Como
estaba previsto, la reunión convocada se efectuó tal y como estaba señalado, un
representante por cada país intervino. Yo lo hice por el mío. Narré la lucha de
hombres y mujeres en contra del régimen dictatorial imperante en el país. Organizaciones
juveniles, obreras, estudiantiles y deportistas no se escapaban de la
persecución, del acoso y del exilio. Varios días fueron necesarios para oír la
situación de cada país en su vocero. Cerró el acto el representante de China
que expuso el momento histórico y trascendental que estaba viviendo su nación.
Fue aplaudida largamente su intervención. Por la noche, fiesta de clausura y
discusiones, comentarios y balances sobre la reunión terminada. Antes, durante
y después del congreso, mantuvimos múltiples actividades como visitas a
fábricas, empresas, organizaciones juveniles que nos contaban sus experiencias
y sus sueños por realizar. Llegó el día de la despedida, triste por el adiós,
pero canciones, danzas, brindis y el Bella
Ciao, lograron encender nuestros corazones. Todos retomaron sus caminos; mi
camarada Manuel Caballero regresó a Moscú donde me confesó que tenía
compromisos previamente pactados.
Me
quedé sola en el hotel, esperando la señal de mi regreso. Recibí una invitación
para visitar la Gran Muralla China. Fue inmensa la emoción. Esa monumental
obra, cargada de tantos siglos y de historia, la recorrí, la toqué, me detuve a
contemplar desde ella su colosal travesía, deslizándose sin detenerse: cruza
valles, montañas, tierras cultivadas, como protegiendo las vastas soledades.
Sube y baja su ondulante figura hasta perderse en el lejano y azul horizonte.
Con esa visión inolvidable regresamos al hotel.
Otra
sorpresa me esperaba: el camarada Liú, el intérprete, me mostró una
comunicación en donde me invitaban a realizar una gira por las principales
ciudades chinas. La primera ciudad visitada fue Tianjin, situada en el sureste
de Beijing y principal puerto al norte de China, bañada por el Mar Amarillo. Es
una ciudad de un gran aglomerado humano, activo y trabajador pero dentro de un
ámbito de pobreza, de escasez y de limitación en el ejercicio de sus
actividades laborales. Cuerpos de hombres eran motores para el traslado de
mercancías llevadas o traídas de los barcos. Bicicletas, carretillas, niños
vendedores ambulantes y el sol, el viento y la actividad humana enmarañaban los
diversos olores del puerto. Tianjin estuvo ocupada por los japoneses desde 1937
hasta 1945.
Otra
ciudad visitada fue Shenyang. Llegamos a ella por vía férrea. Situada al norte
de Beijín y al noreste del país, ubicada en las riberas del río Hun. Ocupada
por los japoneses desde 1905 hasta 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial y
rendición incondicional de los japoneses. Cuando la visitamos aún se limpiaban
los destrozos de los embates de los invasores. Se reconstruían, se reformaban y
se construían viviendas. Algunas familias nos contaban que habían vivido sobre
árboles y que la revolución las había regresado a la tierra. Como era y es una
zona de explotación del carbón, fuimos invitados a visitar uno de sus
yacimientos situados bajo la corteza terrestre. Fue una gran experiencia digna
de ser contada. Regresamos a Beijín al mismo hotel y a la misma habitación.
Al
día siguiente, cuando me preparaba para ir a desayunar, tocó a mi puerta el
camarada Liú y entró muy emocionado agitando un sobre en la mano en donde se
leía “Zhou Enlai, primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de la
República Popular China”. Abrimos el
sobre, era una invitación para una cena: comprendí la emoción de Liú.
El
día, la hora y el lugar señalados para el evento llegaron. Nos reunimos en un
salón no muy grande con varias mesas hermosas y sencillamente decoradas y
plantas decorando los ángulos del salón. Eran jóvenes que visitaban China
venidos de muchas partes del mundo. Llegó Zhou Enlai acompañado de un señor ya
mayor, muy sonrientes ambos. Nosotros al verlos, de pie, en medio de
emocionados aplausos, les ofrecimos nuestros saludos y sin cesar de aplaudir,
el ministro canciller tomó la palabra, nos dio la bienvenida y expresó su
alegría de vernos y las gracias por estar en su presencia. Agregó que nos iba a
presentar un gran amigo de él, de la revolución, de la paz y de la juventud y que
lo había llevado porque él había expresado su deseo de estar esa noche con
nosotros; su nombre: Bertrand Russell, premio Nobel de Literatura del año 1950,
firme y apasionado pacifista, tenía para entonces 82 años, se veía fuerte, ágil
y contento. Esa noche brindamos, comimos, cantamos y bailamos. Como despedida
nos tomamos de las manos formando una cadena y a través del salón, entre mesas
y sillas, las danzas, los cantos y los cambios de manos. Me tocó en uno de esos
rápidos cambios, danzar y tener en una mano a Zhou Enlai y en la otra a
Bertrand Russell. Esa noche, todos fuimos jóvenes alegres.
Numerosos
recorridos hice junto a grupos de visitantes que pasaban por la ciudad,
visitamos templos –en China se practican diversas religiones. Entramos a varios
centros budistas –las pagodas son también sitios de veneración. La Ciudad
Prohibida visitada en numerosas ocasiones. Al regresar de una de esas visitas,
el camarada Liú me informó que había llegado el momento de cumplir con la otra
parte de la invitación: visitar las ciudades situadas en el sureste de China:
Nankín, Shanghái, Hangzhou, Chongqing y Cantón.
Como grupo de invitados, nos preparamos para el viaje. El tren sería
nuestro medio de transporte por un buen tiempo. Pasamos largas noches y días
oyendo solo el traquetear del tren y sus gritos lamentosos en cada parada.
Después de casi doce horas de viaje, nos detuvimos en Nankín, ciudad próxima a
Shanghái, situada en el delta del río Yangtsé. Es una de las ciudades más
antiguas de China fundada en el 495 a.C. Recorrimos sus calles, sus zonas
fluviales. Es una ciudad sumida en la más abundante y cruel pobreza, pero vi
afán de trabajar, de reconstruir y construir. Con esta visión de la ciudad,
salimos rumbo a Shanghái.
Shanghái fue la más sorprendente ciudad
visitada. Es la más populosa de China donde es notoria la influencia europea. Cuando
uno entra en la ciudad, cree que ha salido de China por sus altos y numerosos
edificios, sus avenidas, calles y casas con una arquitectura moderna. Vimos
automóviles, pero no tantos, bicicletas en abundancia y muchos rickshaw que oficiaban de taxistas. La
multitud de seres humanos que circulaban por sus avenidas y calles era
sorprendente. El hotel de nuestro alojamiento estaba situado en un boulevard
con vista hacia el río Huangpu. Multitud de personas en constante movimiento se
desplazaban por la vía. Shanghái, mundo de la seda, del algodón y de la lana,
de las sombrillas y abanicos conocidos en el mundo por sus bellezas. Shanghái
es el principal puerto del país, de él salen y entran los barcos que surcan los
confines de los mares del mundo. Visitamos numerosas empresas, fábricas, zonas
agrícolas y pesqueras y en todas partes el afán de trabajar con metas de
superación, de triunfar, de ganar. Visitamos grandes almacenes, peluquerías,
compramos objetos para el recuerdo y luego la partida con una hermosa, alegre y
fraternal fiesta de despedida.
Luego
Hangzhou, el lugar soñado para el descanso del guerrero. “Es el paraíso en la tierra”, dijo Marco Polo
quien la visitó a finales del siglo XIII. Situada en la desembocadura del río
Qiantang, es una campiña armoniosa y dentro de ella se albergan las tranquilas
aguas del lago del Oeste. En el año 2011 fue declarada patrimonio de la
humanidad por la UNESCO. Su hermosura ha inspirado a poetas, pensadores y
pintores a través de los siglos. Hangzhou es considerada la ciudad más hermosa,
elegante y suntuosa del mundo. El recibimiento en el hotel constituyó toda una
ceremonia, reverencial, gentil y afectuosa. La hora de tomar el té se convierte
en una ceremonia casi mística, modales, gestos, actos ejecutados con perfecta
naturalidad. Los días pasados allí fueron insuficientes para captar toda la
belleza de esa nunca olvidada ciudad.
Nuestro
viaje por vía férrea terminó en Hangzhou, luego el avión nos llevó hasta el pie
de la montaña que sirve de soporte a la ciudad de Chongqing. Recibimiento,
jóvenes, flores y saludos. Abordamos un pequeño autobús y empezamos a subir por
una carretera curva y estrecha. Por un lado, veíamos la montaña inmensa, alta
que parecía asomarse para vernos pasar y por el otro un profundo abismo, donde
en el fondo se deslizaban las aguas blancas del río Yangtsé. Al fin llegamos a
la ciudad de las altas montañas. Calor, humedad, calles sombrías y para nuestro
asombro, pocas bicicletas. Vendedores ambulantes ofrecían frutas, vegetales,
artesanías y comidas. La condición fluvial de esta ciudad ha sido de suma
importancia para su desarrollo a través de la historia. El río Yangtsé, con sus
aguas navegables, su recorrido de miles de kilómetros, es el primero del
continente asiático y el tercero del mundo. Las altas montañas y la condición
de navegabilidad del río convirtieron a esta ciudad en el refugio del gobierno
chino acosado por las tropas japonesas que ya ocupaban el 40% del territorio
durante la Segunda Guerra Mundial. Toda la ayuda bélica se concentraba en
esta ciudad montañosa, la lucha fue encarnecida y los combates se libraron
desde y sobre esa ciudad. Llegó la paz en 1945 cuando Hirohito, emperador de
Japón, ordenó a sus tropas el cese del combate. Fin de la Segunda Guerra
Mundial. A China, la guerra contra Japón que duró nueve años le costó la muerte
de 14 millones de personas y dejó un país desintegrado: cada aldea o ciudad
tenía un poder político o social. Eran entes individuales y organizarlos fue
una tarea titánica. Encontramos aún en la ciudad de las altas montañas huellas
de los daños causados por la reciente guerra, casas destruidas, otras en
reconstrucción. Lo peor por doloroso, fue la visita a las víctimas, niños
huérfanos, lesionados, personas mayores aún con la tristeza refugiada a flor de
piel. Había, a pesar de todo, optimismo. Esa noche, al llegar al hotel, una
noticia nos levantó el ánimo. Una invitación para el día siguiente: navegar
sobre el río Yangtsé.
Parte
de la tripulación nos esperaba para darnos la bienvenida. Recorrimos algunas
instalaciones y luego zarpamos. Un grupo de jóvenes chinos nos acompañaron,
fueron nuestros gentiles anfitriones. Flores, golosinas y vino en mesas
espectacularmente decoradas ocupaban parte de nuestro entorno. Fuera, el barco
deslizándose sobre el lomo blanco y espumoso del río y a medida que nos
alejábamos, cambiantes paisajes pasaban fugaces a nuestro lado. En ocasiones,
el barco navegaba entre paredes de piedras, altas y verticales. Chispas surgían
al chocar el agua con los rayos del sol. Los altos farallones de piedra se
llenaban de luces. Mientras tanto, el barco seguía su ruta con nosotros. Ya
rota la timidez, cantábamos, unos bailaban, comíamos y brindábamos por el
presente y por el futuro. Llegó el día de la partida rumbo a la ciudad de
Cantón. Atrás se fue quedando Chongqing, la capital sombría, con sus altas
montañas ya lejanas y sus nubes espesas, solitarias.
Llegamos
a Cantón por vía aérea, como siempre con alegres y floridos recibimientos. La
ciudad está ubicada en el delta del río de Las Perlas, forma una inmensa
llanura y en cuyo centro se encuentra la ciudad de Cantón. Otros ríos confluyen
en ese delta. Erigida en el siglo III a.C., los primeros en establecerse en la
ciudad fueron los portugueses con intenciones de fundar factorías (1514). Pasó
el tiempo y Cantón se convirtió en uno de los mayores puertos comerciales del
mundo.
En el hotel, flores
y plantas ornando los rincones. En mi destinada habitación, colgando desde el
techo, un blanco y hermoso mosquitero cayendo sobre la cama. Gracias a él pude
dormir plácidamente sin la molestia de los insectos voladores y atacantes. El
calor sofocante, húmedo y pegajoso, inclemente acompañante de toda la estadía.
Al
día siguiente, recorrido por la ciudad, visitamos templos, pagodas que son
centros de veneración, parques de gran belleza, con lagos en sus centros,
museos, mezquitas guardianas de obras y de tantas historias. Al lado de todo lo
que estábamos viendo, pasaban los desgarros del pasado y presente. Niños
harapientos chapoteando barro o durmiendo en lanchas arrimadas a la orilla de
los ríos; familias habitando embarcaciones, haciendo de ellas sus únicas
viviendas. Los jóvenes chinos que nos acompañaban nos decían: “ya vendrá el
amanecer, para eso se trabaja sin reposo”.
Una
de las últimas visitas fue a la universidad de Cantón que lleva el nombre del
Dr. Sun Yat-Sen quien fue el primer presidente de la República China en 1912 y
nativo de la provincia. El movimiento que encabezaba derrocó al último
emperador en 1911, de nombre Puyi, un niño de 5 años de edad. Cantón estuvo
ocupada por el ejercito nipón desde el 12 de octubre de 1938 hasta el 16 de
septiembre de 1945, fecha de la rendición incondicional del Emperador de Japón,
Hirohito quien en una alocución por radio dirigida a su pueblo dijo que se
rendía porque si continuaba luchando “el resultado sería no solo el
aniquilamiento del pueblo japonés, sino que llevaría también a la extinción
total de la civilización humana”. El día 6 de agosto del mismo año a las ocho y
quince de la mañana, una población pacífica y trabajadora llamada Hiroshima
recibió la explosión más destructiva lanzada sobre la tierra: una bomba atómica
que mató a más de 70 mil personas e hirió a unas 40 mil, todo en un instante.
El día 9 del mismo mes de agosto, cayó una segunda bomba sobre Nagasaki, con
las mismas monstruosas consecuencias. Era presidente de los Estados Unidos de
Norte América el ciudadano Harry S. Truman quien 14 años después escribió: “Yo
decidí lanzar la bomba atómica”.
Llegó
la despedida de la provincia de Cantón con una excepcional recepción: una cena
donde nos dieron a degustar la variada y famosa cocina cantonesa. Numerosos
platos, a cual más exquisito, desfilaron por nuestra mesa y vinos de colores se
mecieron en nuestras copas. De pie y con aplausos rendimos homenaje a los que
con tanto esmero lograron preparar tan exquisito menú.
Llegamos de nuevo a
Beijing por vía aérea, al hotel de siempre. Nos sorprendió el cambio de clima
tan contrastante con el dejado atrás. En Cantón, calor y humedad, en Beijing,
frío casi invernal. Durante el viaje siempre estuve pendiente de las sesiones
del Congreso Nacional del Pueblo instalado a principios del mes de septiembre
con 1226 delegados. El 20 de septiembre de 1954 se promulgó la primera
constitución de la República Popular China y el día 27 se eligieron las
principales autoridades del país con Mao Zedong como presidente constitucional,
cargo que ya poseía como presidente del gobierno popular central de China,
desde el año 1949. Escuché desde el hotel la algarabía en la plaza Tiananmén y
en la puerta la llamada de Liú, el intérprete, quien exclamaba emocionado:
“Camarada María, ha ganado el camarada Mao. Es el presidente, lo acaban de
proclamar”. Por las luces de colores la noche se hizo día.
Una
mañana llegó a mi habitación otra invitación que leía y no creía, era del
presidente Mao, para asistir a una recepción. En la tarjeta, fecha, hora y lugar.
Puntual como siempre, Liú llegó a buscarme. Arribamos a un salón no muy grande,
hermoso y finamente decorado. Sobre unas pequeñas mesas había flores, platos,
copas y sobre una base, una pequeña bandera de Venezuela, era mi mesa.
Diferentes banderas, diferentes países y jóvenes llegados por diferentes
caminos, todos juntos celebrando el inicio de una gran etapa de la historia.
Todos de pie, aplaudimos la llegada del presidente Mao y su comitiva. Luego de
un corto discurso, habló de la inmensa tarea que tenía por delante, de la fe
que tenía puesta en sus logros, era la construcción del andamiaje de la patria
china, que el camino recorrido había sido largo y tormentoso, pero llegó y
habían más caminos por delante. Terminado el discurso se acercó a saludarnos,
brindó con nosotros, cantamos y al final nos pidió que alzáramos todos juntos
las copas de vino y al son del Bella Ciao,
nos deseamos paz y amistad y con un “¡canbeí!”,
terminó. Y yo estuve ahí. Esa fue la China que yo vi nacer y usted no pudo,
señor presidente, porque no había nacido; tengo un hijo, Rafael, que tiene su
misma edad. Y tengo además un televisor que me permite ver y asombrarme de los
extraordinarios cambios realizados sobre el inmenso territorio de la República
China. Puedo decir que ese pasado yo lo vi y que el presente lo estoy viendo.
Por lo tanto, puedo afirmar: si se puede.
A los pocos días regresé a la ciudad de México a esperar
el momento oportuno para regresar a Venezuela, mi país, decisión que había
tomado con firmeza.
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